Uno se cree que
el corazón te va a estallar. Tu piel, fría y desbordada demuestra que estás
viviendo un momento al límite de lo razonable. No puedes pensar, no quieres pensar.
No te puede estar pasando a ti. En un solo segundo se rompe lo que siempre fue.
Piensas que no puede haber más allá, que no podrás resistirlo. Vacío total y
pena honda…
Hoy, con el paso
de los años y la vida vivida, te das cuenta que hasta una situación así eres
capaz de superarlo. Sobrevives como puedes, vives y das vida. Y avanzas, pero
no olvidas.
Ayer, hizo
veintinueve años que un fatídico sábado dejaste de respirar. Y nosotros también
perdimos el aire, las ganas, las razones de vivir. Y poco a poco, volvimos a
respirar…y a vivir.
Con la perspectiva
que da el tiempo, con lo que ya va costando recordar con nitidez, sigues
presente entre nosotros pero de una manera diferente.
Te podemos ver
en cada amanecer de un quince de agosto, en un viernes bien temprano ante tu Señor,
en una taberna de croquetas y espinacas, en una mantilla bien puesta o en una
alegre mañana de carretas por Triana.
Estas en cada
soplo de aire de la Ciudad que te vio nacer y vivir…y por desgracia también morir,
tan joven.
Estas en cada
uno de tus hijos, de tus nietos, de tu familia entera. Una expresión, un buen
pelo de tus nietas, un acto de bondad y de generosidad desprendida, un poco de
arte y gracia.Tus genes no han muerto contigo, están en cada uno de nosotros y también
estarán en generaciones venideras. Que hermoso seguir viviendo a través de la
vida.
Desde tu balcón de
eternidad te seguimos queriendo.
Yo te quiero y
no te olvido. Hasta siempre mama…